El Monasterio de Santa María de Rioseco s.XIII fue uno de los más importantes monasterios de la provincia de Burgos. Esta situado en el valle de Manzanedo, un maravilloso lugar a la vera del majestuoso Ebro y escondido, casi sumergido, entre la naturaleza. Ver por primera vez el Monasterio de Rioseco, sus muros, su claustro, su espadaña, su Iglesia, su horno, su escalera de caracol y un largo etcétera, evoca algo misterioso. Uno se siente en un lugar especial, donde la imaginación vuela y reclama su espacio y donde cualquier visitante que llega, se siente interrogado o, por lo menos no queda indiferente.

Una vita general del Monasterio desde el aire

Los monasterios cistercienses supusieron un incipiente renacimiento cultural por su proyección espiritual inseparable de su proyecto de transformación político-social. La comunidad cisterciense estaba perfectamente estratificada, conviviendo los monjes “oradores” o letrados y los legos o “conversos” que se ocupaban del trabajo en las granjas.

En sus mejores momentos Rioseco debió contar aproximadamente con una comunidad de 100 personas, de las que 25 serían monjes y el resto conversos, novicios y criados. En el recinto monástico estaban las dependencias de los monjes y separadas de estas la hospedería -donde se alojaban los viajeros- y el hospital, donde se cuidaba de los enfermos pobres. Asimismo los monjes se ocupaban de los indigentes que acudían al monasterio en busca de limosna, comida o ropa. Fuera del convento se encontraban las familias que trabajaban en las granjas, ventas, molinos, y batanes.

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Es importante recordar que los monjes de Rioseco crearon una explotación agrícola modélica, imponiendo en el Valle de Manzanedo los cultivos de trigo, viñedos y lino. También introdujeron los frutales en el Valle. Destacó su plan ganadero, de ahí la importancia para los monjes de prados y bosques. Su cabaña ganadera llegó a contar con 2.000 cabezas de ovejas y en el Catastro del Marqués de la Ensenada se recoge que en su coto redondo había 200 carneros, 16 vacas, 70 cabras, 31 chivos y 12 cerdos. La importancia de su plan hidráulico justifica la elección de situar el monasterio junto al río Ebro.

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El siglo XIX comenzó mal para el monasterio. Con la guerra de la Independencia los soldados franceses embargaron gran parte de los granos que almacenaban en la Cilla. Los monjes fueron obligados a exclaustrarse desde 1809 hasta junio de 1814, fecha en la que con la vuelta del absolutista Fernando VII a España pudieron regresar a Rioseco.

Durante el Trienio Liberal (1820-1823) fueron de nuevo exclaustrados y salieron a pública subasta algunas de las propiedades del monasterio. Tuvieron especial aceptación y buena venta los molinos. De nuevo una orden de Fernando VII tras el fin de la revuelta liberal les devolverá al monasterio. En 1835 la ley desamortizadora de Mendizábal -que permitía la venta de los bienes monásticos- puso fin al monasterio.

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El 6 de noviembre de 1835 se procedió a la venta del monasterio. Años después, Francisco Arquiaga, comisario provincial de la subasta se quedó con él por el precio de salida, al no haber interés entre el público para adquirir este inmueble, pues, debido a las vicisitudes de los últimos años, se encontraba ya en ruinas.

Arquiaga, desde el primer momento cedió la iglesia al arzobispado de Burgos, convirtiéndose desde entonces en parroquia de las granjas del monasterio.

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A partir de la desamortización, la desidia, el olvido y el expolio convirtieron poco a poco al que fue un hermoso monasterio en unas peligrosas ruinas, motivo por el que en la década de los cincuenta los nietos de su comprador donaron las ruinas del cenobio al arzobispado de Burgos, su actual propietario.

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En la década de los sesenta la iglesia seguía en uso, prueba de ello es que en 1964 se celebró allí la última boda, la de Adelaida da Silva Rodríguez y Eduardo Peña Cuesta. Pero en la década de los setenta, poco a poco la iglesia inició su camino hacia la ruina y el olvido.

Textos otraiberia.es

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